Era una batalla difícil de ganar. Los sueños de él, contra
la sed de sangre del otro.
Comenzó el duelo.
Le deseé suerte, pero nada de eso sirvió. Al fin y al cabo,
la muerte tiene siempre la última palabra.
-Cariño, bésame…
Vi sus labios azules, y su palidez, propia de alguien que ha
batallado contra el mismo diablo. Sentí su rigidez, propia de un valiente
derrocado en combate y, finalmente,
le besé.
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