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lunes, 7 de enero de 2013

The Big Bang.

And then, everything explodes, and I couldn't even take breathe.
Stay with me, call my name,
but he was running out of time,
everything explodes, and my world, my feelings, make all bigger,
and I couldn't even take breathe...

Please, call my name.

Pensamientos cometas.

Y creo que muero si no siento el rock de tu cuerpo,
y creo que muero si recuerdo esos ojos que al mirarlos me hacen daño.

lunes, 20 de agosto de 2012

El primer beso.

Dolor.


El dolor es un animal asesino, traidor, molesto. A veces resulta reconfortante, como cuando pierdes a un amigo, y sientes un dolor que te demuestra lo mucho que lo apreciabas. El camino hasta el es fácil, pero cuando intentas abandonarlo, te cuesta. Ya sea tanto porque ya te has acostumbrado a su presencia, o por qué lo notas de forma tan punzante e irritante, que no eres  capaz. Siempre he pensado que no era más que una invención, sin embargo, un día lo descubrí. Vi como afloraba por cada esquina de mi piel, de mis labios, de mis ojos. Sentía algo completamente desconocido. Dolor. No un dolor como cuando te caes de la bicicleta. Un dolor inimaginable, un dolor que comía el alma desde el corazón hasta el pecho. Creí que era pasajero, pero no es así. Con el tiempo me he acostumbrado a él, tan presente siempre desde entonces. Ahora creo que es reconfortante, cálido, amistoso. Hay veces en las que se impone, en las que  lo siento ahí, a mi lado. 

Cartas para el olvido.


Cuando miro en tus ojos veo reflejada la eternidad. No somos perfectos. Tú no es perfecto, yo no soy perfecta, pero si lo fuésemos estoy segura de que la vida non sería tan interesante. Hay un poema que reza así:
Un beso tuyo es como un golpe seco en la nuca.
Y eso es justo lo que yo siento. Me quedo sin aire, se me hiela la sangre y se me vacía el cerebro.
Sé que esta euforia que siento nada más verte, nada más besarte, pasará con el tiempo y con la rutina, pero creo que cuando ese momento llegue, una nueva etapa comenzará y que, en lugar de besos eufóricos, aparecerán un compañerismo e una complicidad que muchos jamás alcanzarán. Deseo que esto ocurra, aunque todo a su tiempo. No quero ensimismarme, sino ser la razón de tu ensimismamiento. A veces hasta me gusta discutir contigo, porque sé que después de la riña llegará a conciliación, y no hay un momento más dulce a tu lado. Quizás por eso la gente diga que cuanto más grande es el reto, más grande es la victoria. Y sé que nosotros les ganaremos a los demonios de la estupidez y la irreflexión y pasaremos por delante de ellos, con un gesto tal de felicidad en los ojos que casi será coma si les sacáramos la lengua. En tu sonrisa puedo ver justo ahí, en el interior del labio izquierdo un beso. El beso del que nunca te desprendiste, ni siquiera conmigo. Ahora escúchame bien, porque lo que te voy a decir es muy importante: Guárdalo, guárdalo como si tu boca fuese una caja fuerte, guárdalo para cuando tengamos ochenta años y sigamos juntos, siempre juntos. 

Duelo a muerte.


Era una batalla difícil de ganar. Los sueños de él, contra la sed de sangre del otro.
Comenzó el duelo.
Le deseé suerte, pero nada de eso sirvió. Al fin y al cabo, la muerte tiene siempre la última palabra.
-Cariño, bésame…
Vi sus labios azules, y su palidez, propia de alguien que ha batallado contra el mismo diablo. Sentí su rigidez, propia de un valiente derrocado en combate y, finalmente,
le besé.

¿Qué hacer?

¿Qué hacer cuando no hay nada que puedas hacer para recuperarle? Le has partido el corazón, lo sabes, eres muy consciente de ello, pero ahora te arrepientes. Vuelves a ver su risa, vuelves a escuchar sus comentarios llenos de quejas hacia el mundo en general, vuelves a ver esos ojos. Aquellos mismo ojos que con sólo un vaga mirada ya hacían saltar tu corazón, como si fuese una bomba de relojería a punto de estallar. Y te arrepientes. Otra vez. Piensas que ojalá nunca lo hubieras hecho, que eres un ser humano despreciable, solo formado por carne, huesos y entrañas sin nada que te haga especial; mientras ella parece una criatura angelical, lleno de bondad, risa y amor. Sobre todo amor.
Pero te das cuenta a tiempo.
Recuerdas todo lo que te ha hecho, todas tus heridas que fueron provocadas tan sólo por ella..
Y te das cuenta de tu estupidez al pretender que lo vuestro había sido perfecto.
¿Y qué puedes hacer?
Nada.
Tan sólo venir a buscar consuelo en mi hombro. En el olor de mi pelo, en mi colonia de frambuesa, en mis labios.
Y entonces es cuando creo que algo se rompe dentro de mí. Ya no existo, tan sólo existo para mí misma.
Y me doy cuenta de mi estupidez al pretender que lo nuestro siempre ha sido perfecto. Me gustaría golpearme a mí misma, pues ahora me doy cuenta de que siempre es la misma historia. Todas tus rupturas, todas tus esperanzas fallidas. Siempre acabas entre mis brazos.
Pues bien. Eso se acabo.
Te repudio; pero lo que es peor: me repudio también a mí misma.
Pero todo el sufrimiento se acabó.
Jamás, ¿me oyes? Jamás podría hacerte daño. Pero en cambio si puedo hacerme yo daño.
Es tan fácil...
Antes de que puedas hacer nada, ni siquiera imaginar que todo este arranque de esperanza, porque así es, estoy esperanzada de que todos mis actos te revelen a ti mis sentimientos, ya he agarrado el cuchillo.
Y puedo sentir mis latidos por encima de la piel de mi muñeca; Bum-bum. Bum-bum.
Aprieto un poco con el filo del cuchillo y veo la sangre manar; Todo se acabó ya.
Adiós, Miguel. Adiós.

domingo, 19 de agosto de 2012

Sensaciones que creía olvidadas.


Aún noto en mis manos el calor de las tuyas,
Aún conservo en mis oídos la música de tus palabras,
Aún siento a mi lado un resplandor azulado que brilla.
Aquel mismo resplandor que dejaron tus ojos al mirarme.

En el vacío de tu ausencia encontré mis lamentos.


Desde aquella noche noto tu ausencia en mi cama,
Un enorme vacío que me abraza.
Echo de menos sentir tu calor y tu respiración a mi lado,
Envolviéndome.
Te quiero, aunque a veces no sepa demostrártelo,
Aunque no estemos juntos durante todo el tiempo que me gustaría.

La atracción y la soledad de los opuestos.

Giraban en amplios círculos, con los ojos cerrados; en el mundo no existía nadie más, mientras tenían la sensación de que las estaciones giraban alrededor de ellos, rodeándolos con la suave brisa de la primavera, los cálidos rayos de sol veraniegos... Casi podían sentir los delicados copos de nieve derritiéndose en sus labios, en sus pestañas; apreciaban la caída de las hojas, amarillentas y desgastadas, de las que los árboles se desprenden en otoño. Una elegante vuelta tras otra, siempre unidos por la pureza de sus manos y las extensiones de sus almas, que parecían entrelazarse en los más alto del cielo, en un lugar dulce y cálido. Él podía escuchar la leve risa de ella, veía como fruncía sus labios color fresa en aquella sonrisa perfecta, podía ver cada detalle suyo; sus elegantes omóplatos levemente descubiertos por el precioso vestido negro que él mismo le había regalado apenas unas horas atrás. Sabía que aquello no duraría; que no era posible. Eran tan diferentes... En cambio, allí estaban. Tan solo dos personas en un determinado momento y en un preciso lugar.
No dejaría que la tristeza lo invadiera; no ahora, con ella entre sus brazos, sintiendo su latir eufórico en el pecho, con los pies moviéndose al compás de la canción que ya invadía todo su espíritu.