miércoles, 29 de agosto de 2012

Nostalgia.

Echar de menos sentirte a mi lado cuando nunca lo has estado,
echar de menos el brillo de tus ojos reflejando en los míos,
echar de menos sentirme libre, libre como nunca lo hemos estado.

martes, 21 de agosto de 2012

Cartas en el olvido. |1|

Hola, hijo.
Soy yo, Harry, tu padre. James; hace tiempo que he estado reuniendo valor suficiente para escribirte, y parece que por fin me he decidido.
Todos estos años en los que no hemos mantenido el contacto han dejado un surco amargo en mi corazón.
¿Por qué te has ido?
¿Por qué?
Vuelve, por favor. Vuelve.

Historias explicadas a Princesas.

Había una vez una niña que tenía un sueño.
Había una vez una niña que creció.
Había una vez una niña que se convirtió en adolescente.
Había una vez una adolescente que tenía el mismo sueño que la niña que había sido años atrás.
Había una vez una bruja muy, muy mala llamada Sociedad que escupió sobre su sueño de la forma más rastrera.
Había una vez una adolescente que escogió el camino difícil.
Había una vez una adolescente que cumplió su sueño y se lo restregó al mundo.
Había una vez una adolescente feliz y una bruja ,llamada ''Sociedad'', arrepentida.

lunes, 20 de agosto de 2012

El primer beso.

Mi camino.


Cada día que mi vida es más rutinaria, constante, indiferente… No creo que esté hecha para vivir así. Necesito algún cambio, aventuras… No sé si un día llegaré a escaparme de casa, no creo que pueda aguantar mucho más así. Todos los días espero que suceda algo emocionante y todos los días me llevo una decepción. Cada vez me distancio más de mi familia, de mis amigos…esperando un retorno a esa vida inesperada, increíble. Pero nunca ocurre y yo me voy separando más de la gente que me quiere y a la que en todo momento quise.
No sé qué me pasa. Me siento decepcionada conmigo misma, y huraña con el resto. Siempre pensé que a mí nunca me pasaría esto. Era una niña risueña, agradable, divertida… Sí, esa es el verbo: ERA. Parece que el colegio acaba, damos vacaciones de Navidad. Una época de felicidad por estar con la familia, por los regalos…o al menos, eso me parecía antes. Ahora es una época como otra cualquiera: de tremendo aburrimiento.
Estoy yendo a mi casa en autobús. Mis padres no están, pero tengo llaves. No sé lo que haré en adelante, no sé si lograré subsistir. Cojo la mochila y le meto cosas que podrían ser importantes, así como una fotografía de mi familia y otra de mis amigos. Me la cuelgo a los hombros, abro la puerta y me voy.
No sé lo que me espera ahí fuera, pero no tengo pensado volver. Al menos por ahora.
He dejado una nota en la nevera:
‘Me voy, no por un día, o una semana. No sé si volveré. Os quería y creo que os sigo queriendo, pero ya no estoy tan segura. Perdonadme. Adiós,
Raquel.  ’ .

La huída.


5:17 de la mañana. Doy vueltas en la cama, no puedo dormir. Me levanto y paseo un poco por la habitación. Todo está en silencio, no se escucha ni un sólo ruido y eso no me gusta.
Desde aquel día nunca soy capaz de descansar toda la noche, y de eso hace ya casi un año. Sus    ojos no desaparecen de mi mente. Unos ojos grises, que no dejan de mirarme.
He tenido que mudarme, que cambiar de identidad, pero ellos saben dónde estoy. Toda la calle continúa en silencio, no  me parece una buena señal. Me asomo por la ventana, subiendo un poco el cristal.
Los veo: Son los mismos tipos que me perseguían en Roma.  Tengo que huir de aquí. Cojo un par de cosas: La foto de mis padres, que beso todas las noches antes de quedarme dormida, y el camafeo de mi abuela. Me visto y preparo a la velocidad de la luz una bolsa con un poco de ropa. El corazón se me acelera, supongo que mi cuerpo aún no se da acostumbrado a estos sobresaltos.
Reviso de nuevo la ventana y veo que comienzan ya a salir de los coches. Mi mente empieza a diseñar un plano del hostal y encuentro mentalmente la escalera de incendios, que da al patio opuesto a donde me están esperando unos señores no demasiado amables con alguna que otra arma, listos para acabar con mi vida. Me cuelgo la mochila al hombro y abro la puerta. Salgo al pasillo y avanzo hacia la ventana que está situada en la zona norte. Me descuelgo: Primero una pierna, luego la otra. El frío invernal golpea mi cara, pero no me importa. Creo que puedo escapar de aquí.
Me balanceo, girándome y quedando sujeta a la escalera de acero. Bajo de forma tan rápida que me quemo las manos por la fricción y me hago un corte en la palma de la mano izquierda. Me llevo la herida a la boca y chupo la sangre, limpiándola y cruzando los dedos para que se me cierre rápido. Sigo descendiendo y doy un pequeño salto, que me hace aterrizar en la acera. Comienzo a correr de manera desesperada, mirando de vez en cuando hacia atrás.
Sonrío al ver que nadie me sigue.
Demasiado fácil.
La siguiente vez que me giro veo a uno de ellos asomado por la ventana por donde yo salí. Al instante, dos hombres más se asoman. Entre ellos pude distinguir su mirada penetrante. Aquellos ojos grises vuelven a mirarme. No me observan desde el mundo de los sueños, no. Me miran desde el mundo real.
Miro de nuevo hacia adelante, sacudiendo la cabeza y acelerando el ritmo de mi carrera.
Ya estoy fuera.
Agarro la verja del jardín y me impulso hacia la izquierda, dando un brusco giro. Me impulso tanto que me caigo y me lastimo las rodillas. Me pongo enseguida en pie e, ignorando el escozor que tengo en la mano y las rodillas heridas, continúo corriendo.
Siempre corriendo.
Incansablemente.

Dolor.


El dolor es un animal asesino, traidor, molesto. A veces resulta reconfortante, como cuando pierdes a un amigo, y sientes un dolor que te demuestra lo mucho que lo apreciabas. El camino hasta el es fácil, pero cuando intentas abandonarlo, te cuesta. Ya sea tanto porque ya te has acostumbrado a su presencia, o por qué lo notas de forma tan punzante e irritante, que no eres  capaz. Siempre he pensado que no era más que una invención, sin embargo, un día lo descubrí. Vi como afloraba por cada esquina de mi piel, de mis labios, de mis ojos. Sentía algo completamente desconocido. Dolor. No un dolor como cuando te caes de la bicicleta. Un dolor inimaginable, un dolor que comía el alma desde el corazón hasta el pecho. Creí que era pasajero, pero no es así. Con el tiempo me he acostumbrado a él, tan presente siempre desde entonces. Ahora creo que es reconfortante, cálido, amistoso. Hay veces en las que se impone, en las que  lo siento ahí, a mi lado. 

Cartas para el olvido.


Cuando miro en tus ojos veo reflejada la eternidad. No somos perfectos. Tú no es perfecto, yo no soy perfecta, pero si lo fuésemos estoy segura de que la vida non sería tan interesante. Hay un poema que reza así:
Un beso tuyo es como un golpe seco en la nuca.
Y eso es justo lo que yo siento. Me quedo sin aire, se me hiela la sangre y se me vacía el cerebro.
Sé que esta euforia que siento nada más verte, nada más besarte, pasará con el tiempo y con la rutina, pero creo que cuando ese momento llegue, una nueva etapa comenzará y que, en lugar de besos eufóricos, aparecerán un compañerismo e una complicidad que muchos jamás alcanzarán. Deseo que esto ocurra, aunque todo a su tiempo. No quero ensimismarme, sino ser la razón de tu ensimismamiento. A veces hasta me gusta discutir contigo, porque sé que después de la riña llegará a conciliación, y no hay un momento más dulce a tu lado. Quizás por eso la gente diga que cuanto más grande es el reto, más grande es la victoria. Y sé que nosotros les ganaremos a los demonios de la estupidez y la irreflexión y pasaremos por delante de ellos, con un gesto tal de felicidad en los ojos que casi será coma si les sacáramos la lengua. En tu sonrisa puedo ver justo ahí, en el interior del labio izquierdo un beso. El beso del que nunca te desprendiste, ni siquiera conmigo. Ahora escúchame bien, porque lo que te voy a decir es muy importante: Guárdalo, guárdalo como si tu boca fuese una caja fuerte, guárdalo para cuando tengamos ochenta años y sigamos juntos, siempre juntos. 

Duelo a muerte.


Era una batalla difícil de ganar. Los sueños de él, contra la sed de sangre del otro.
Comenzó el duelo.
Le deseé suerte, pero nada de eso sirvió. Al fin y al cabo, la muerte tiene siempre la última palabra.
-Cariño, bésame…
Vi sus labios azules, y su palidez, propia de alguien que ha batallado contra el mismo diablo. Sentí su rigidez, propia de un valiente derrocado en combate y, finalmente,
le besé.

¿Qué hacer?

¿Qué hacer cuando no hay nada que puedas hacer para recuperarle? Le has partido el corazón, lo sabes, eres muy consciente de ello, pero ahora te arrepientes. Vuelves a ver su risa, vuelves a escuchar sus comentarios llenos de quejas hacia el mundo en general, vuelves a ver esos ojos. Aquellos mismo ojos que con sólo un vaga mirada ya hacían saltar tu corazón, como si fuese una bomba de relojería a punto de estallar. Y te arrepientes. Otra vez. Piensas que ojalá nunca lo hubieras hecho, que eres un ser humano despreciable, solo formado por carne, huesos y entrañas sin nada que te haga especial; mientras ella parece una criatura angelical, lleno de bondad, risa y amor. Sobre todo amor.
Pero te das cuenta a tiempo.
Recuerdas todo lo que te ha hecho, todas tus heridas que fueron provocadas tan sólo por ella..
Y te das cuenta de tu estupidez al pretender que lo vuestro había sido perfecto.
¿Y qué puedes hacer?
Nada.
Tan sólo venir a buscar consuelo en mi hombro. En el olor de mi pelo, en mi colonia de frambuesa, en mis labios.
Y entonces es cuando creo que algo se rompe dentro de mí. Ya no existo, tan sólo existo para mí misma.
Y me doy cuenta de mi estupidez al pretender que lo nuestro siempre ha sido perfecto. Me gustaría golpearme a mí misma, pues ahora me doy cuenta de que siempre es la misma historia. Todas tus rupturas, todas tus esperanzas fallidas. Siempre acabas entre mis brazos.
Pues bien. Eso se acabo.
Te repudio; pero lo que es peor: me repudio también a mí misma.
Pero todo el sufrimiento se acabó.
Jamás, ¿me oyes? Jamás podría hacerte daño. Pero en cambio si puedo hacerme yo daño.
Es tan fácil...
Antes de que puedas hacer nada, ni siquiera imaginar que todo este arranque de esperanza, porque así es, estoy esperanzada de que todos mis actos te revelen a ti mis sentimientos, ya he agarrado el cuchillo.
Y puedo sentir mis latidos por encima de la piel de mi muñeca; Bum-bum. Bum-bum.
Aprieto un poco con el filo del cuchillo y veo la sangre manar; Todo se acabó ya.
Adiós, Miguel. Adiós.

domingo, 19 de agosto de 2012

La vida en la frontera (R.F)


Cierro los ojos y bailo en el borde del tejado.
Podría volar.

Yo y sólo yo.


Me he caído,
Y me he levantado.
Estaba en un oscuro agujero con mi alma rota,
A juego con mi corazón.
Me he plantado,
He entrado en razón.
Que te hayas ido
No significa que mi suerte haya desaparecido.
Una boca de fresa,
Una sola religión profesa,
La de confiar en mí
Y olvidarme de ti.

Y es entonces cuando me siento así.


Me miro en el espejo y no me reconozco.
¿Quién soy?
Ya no lo sé.
Miro en mi interior y lo encuentro triste, vacío, sin aquellas ganas de vivir que me eran características.
Rota, partida; así están las cosas.

Sensaciones que creía olvidadas.


Aún noto en mis manos el calor de las tuyas,
Aún conservo en mis oídos la música de tus palabras,
Aún siento a mi lado un resplandor azulado que brilla.
Aquel mismo resplandor que dejaron tus ojos al mirarme.

Pueblos fantasma; poblaciones en pena.


Casas olvidadas,
Recuerdos del pasado,
Montañas que se retuercen de dolor cada vez que extraen parte de sus entrañas.

En el vacío de tu ausencia encontré mis lamentos.


Desde aquella noche noto tu ausencia en mi cama,
Un enorme vacío que me abraza.
Echo de menos sentir tu calor y tu respiración a mi lado,
Envolviéndome.
Te quiero, aunque a veces no sepa demostrártelo,
Aunque no estemos juntos durante todo el tiempo que me gustaría.

Ella baila sola.


Cuando ya la noche se acaba, cuando el sol se está desperezando…
Entonces sube el volumen de la música y, bajo la poca luz de luna restante,
Comienza a bailar.
Porque ella es un alma libre,
Destinada a vagar por el mundo;
No está atada a nada ni a nadie.
Su hogar está en cualquier sitio.
La única cadena que la ata es la de la mortalidad.
Cuando se pone el sol,
Enciende la música y aumenta el volumen.
Simplemente.
Es un alma libre.
Vaga por todo el mundo.
Ella baila sola.

Aprovecha el momento.


El mundo gira en torno a ti,
Niños juegan a correr con sus padres,
Parejas van de la mano por la calle,
Es un movimiento tan frenético que apenas te da tiempo a mirar;
Lo único que puedes hacer es sonreír y disfrutar de las pequeñas cosas del día a día
Y de la rutina.
Así que sonríe,
La vida no es eterna,
Por eso debes hacerlo:
Aprovecha el momento; CARPE DIEM.

Gitanilla.


Hija del camino,
Cabello de hechicera,
Ojos de ardiente mirada,
Gitana trotamundos.
Cuerpo serpenteante,
Ágiles pies bailarines,
Piel del color de la madera.
Piernas infinitas,
Cintura desgarbada,
A los dioses doy gracias
Por crear un ser tan delirante.

La libertad; dulce gitana.


En los ojos lleva dos soles,
En el pecho una flor,
Su cabello está hecho con plumas de negro cuervo
Y sus labios de rosa algodón.
La gitanilla sueña, sueña con la libertad,
Aunque en el fondo se llama a sí misma ilusa
Por siquiera imaginar tal ingenuidad.
Sueña, dulce gitana,
Que no te despierten nunca,
No necesites a nadie que baile contigo,
A nadie busques,
Pues a nadie encontrarás que quiera bailar.
Al verte pasar los pajarillos cantan,
Las nubes se levantan, como dice la vieja canción,
Pues todos se percatan de que eres una salvaje y linda puesta de sol.

Yo-ho, yo-ho. Un gran pirata soy.

Soy un pirata urbano. Mi barco está hecho de acero, mi mar de asfalto y la bandera la llevo tatuada en el pecho, y en lo más hondo de mi corazón.

La atracción y la soledad de los opuestos.

Giraban en amplios círculos, con los ojos cerrados; en el mundo no existía nadie más, mientras tenían la sensación de que las estaciones giraban alrededor de ellos, rodeándolos con la suave brisa de la primavera, los cálidos rayos de sol veraniegos... Casi podían sentir los delicados copos de nieve derritiéndose en sus labios, en sus pestañas; apreciaban la caída de las hojas, amarillentas y desgastadas, de las que los árboles se desprenden en otoño. Una elegante vuelta tras otra, siempre unidos por la pureza de sus manos y las extensiones de sus almas, que parecían entrelazarse en los más alto del cielo, en un lugar dulce y cálido. Él podía escuchar la leve risa de ella, veía como fruncía sus labios color fresa en aquella sonrisa perfecta, podía ver cada detalle suyo; sus elegantes omóplatos levemente descubiertos por el precioso vestido negro que él mismo le había regalado apenas unas horas atrás. Sabía que aquello no duraría; que no era posible. Eran tan diferentes... En cambio, allí estaban. Tan solo dos personas en un determinado momento y en un preciso lugar.
No dejaría que la tristeza lo invadiera; no ahora, con ella entre sus brazos, sintiendo su latir eufórico en el pecho, con los pies moviéndose al compás de la canción que ya invadía todo su espíritu.

Atlántico del Sur.

Será que para ver a los demás hay que levantar la mirada;
 Será que a quienes queremos ver son quienes no están debajo, hundidos en el suelo.
Quizás siembran las rocas esas aguas que nacen rojas, rojas como pétalos de rosas.
Al alba de los días la sangre se alborota, y se cabalgan melodías entre tonos y caídas para dar la primera luz del día.

Horizontes sin frontera.

El lugar en el que el cielo y el mar se juntan, deshaciendo la línea que los separa, uniéndose en un beso sólo durante un pequeño momento del día; El fin del mundo.

El eco de una noche.

Pude escuchar el triste lamento de un columpio empujado por la brisa nocturna, en medio de una ciudad perdida entre las sombras frías del anochecer, con el fondo naranja oscurecido y alumbrado por tan sólo un par de estrellas que relucen. Entonces me pregunté dónde demonios podrías estar.